Tú me enseñaste a volar...
Quizá aquella mañana la focaccia compartida en el camino tenía un sabor diferente, me atrevería a decir que incluso único. Se entremezclaban dosis ingenuas de ilusión aderezadas de cierto temor, sueños de limpios horizontes e incertidumbres ante un futuro difícil en una entonces turbulenta Italia.
En el matutino ajetreo de un cinturón de pequeños pueblos apiñados en torno a un Génova demasiado preocupado por su industria y sus negocios, ese 12 de agosto de 1834 necesariamente pasaría a estar marcado en muchos calendarios: un corazón que pasaba desapercibido comenzaba a marcar un ritmo atrayente, un compás irremediablemente contagioso, una mirada demasiado cautivadora...
Y todo por soñar. Si, el simple sueño de una sencilla habitación sin ventana... Bueno, corrijo: una pequeña. Tan aparentemente inútil que sólo abría sus horizontes al interior de una pequeña Iglesia, la de José Frassinetti, dejando vislumbrar una tintineante lamparita que acusaba: “¡Él (Jesús) está aquí!”
Pero esa ventana de Quinto al Mare cambió su vida y sus sueños transforman –hoy como ayer- el corazón de aquellos que se dejan guiar a través de los años por un corazón de madre. Su nombre, Paula. El sueño, una juventud llena de Evangelio. El camino, la congregación de Hermanas de Santa Dorotea.
Hay personas a las que el mundo les queda irremediablemente pequeño. No son muchos, pero Paula está en esa lista. ¿Dificultades, cansancios, persecuciones, malentendidos, incomprensiones? “Voluntad de Dios, tú eres mi paraíso” enseñó con su vida a sus hijas, sabiendo que dejarse vencer no estaba en sus planes... ¿La prueba? Cuando por sorpresa llegó el telegrama a todas las casas doroteas anunciando su marcha al cielo: “Generale in Paradiso”, ya nada podía parar el fruto de aquella focaccia compartida entre temores y alegrías... Paula había contagiado la semilla a muchas más mujeres dispuestas a llenar el mundo de esa luz, de plenitud, vida y libertad ¡Ella se había hecho irresistible!
No podemos negarlo: el gran problema de Paula, lo que le complicó la vida, fue tener fe, una de esas que mueven montañas: creía firmemente en Dios, pero de igual manera creía con todas sus fuerzas en los jóvenes, en la capacidad que tienen, ayudados en el despertar a la vida, para encarnar el espíritu de las Bienaventuranzas en nuestra sociedad: misericordia, paz, entrega, justicia, limpieza de corazón. Paula no vendía consejos ni adoctrinaba, no quería “papagayos” que repitiesen viejas doctrinas, no pretendía manipular a la juventud. Sólo deseaba hombres y mujeres libres, llenos de fe, entusiasmados por la vida, inmersos en esos mismos valores que a Ella le movían: y si le ardían las entrañas en aquellas callejuelas romanas cercanas al Palacio Torlonia viendo la pobre gente tirada por la calle, más le quemaba el ansia de transformar la vida de aquellas pequeñas del Gianicolo que en justicia pedían una oportunidad ¿cómo negársela?
Y así, en una pequeña villa asturiana que comenzaba a ser industrial, ante la apremiante necesidad de una población escolar que se multiplicaba ¿quiénes revivieron la parábola del buen samaritano no pasando de largo? No podía ser de otra manera: sólo mujeres con el espíritu de Paula podrían asumir semejante reto. El sueño de Paula se hacía amanecer en Asturias...
De este modo han sido posibles los día a día de los ya más de 50 años: pequeñas historias, donde cada alumno ha sido único, un proyecto apasionante en el que la libertad evangélica, el coraje, la confianza, el compañerismo, la fe han sido aliados de pupitre: generaciones que comparten una misma semilla, que aprendieron a trabajar con sencillez. Se cuentan por cientos, ya por miles...
Con todas estas vivencias como bagaje, era lógico que en la agenda de cientos de avilesinos este sábado 12 de marzo estuviera señalado con letra inconfundible. Se constituía la asociación de antiguos alumnos y profesores del Colegio Paula Frassinetti... La oportunidad, inmejorable. Por unos momentos centenares de exalumnos volvimos a tomar los patios, clases, capilla. En cada rincón se almacenaban, esperando despertar en la memoria de cada uno, trozos de tantas historias, de muchos sueños que allí se habían quedado, envuelto todo en la vivencia de sentidas emociones por el reencuentro tras muchos años. No era un frío retomar contacto con una institución ya caduca en nuestras vidas, sino el firme convencimiento de que aquello había sido más que un colegio. Tres generaciones compartiendo un mismo proyecto, muchas vidas unidas por una sola: la de Paula, maestra y amiga. Y sólo una palabra en el ambiente: ¡gracias!
La celebración de la Eucaristía –que como antiguo alumno celebré con alegría- marcó el comienzo de los actos. Tras la monición de bienvenida y el canto del himno a Santa Paula, presentamos a Dios el escudo de la Congregación, del Colegio: un cielo azul como nuestros sueños, un árbol frondoso y grande –el frassino- reflejo de nuestras vida ya adultas, y una estrella que ilumina el difícil camino de la vida: María. Las manos unidas en el Padre Nuestro, entrelazadas las vidas de alumnos, exalumnos, profesores, religiosas y personal no docente, mostraron que no había más esa mañana que un solo corazón.
Y tras la eucaristía, la presentación, el diálogo fraterno, la convivencia para poder volver a saludarnos, abrazarnos y emocionarnos con tantas historias, sueños cumplidos y esperanzas hechas carne en hijos y nietos.
Dora, M. Hernández, Sor Nava, M. Castro, Visi, Paz, M. Serrano, M. Vaello, Victoria, Engracia, Concha, Sor Rey, M. Acha, Jesusa... Nombres de mujeres de Paula que se hilaban esa mañana a otros nombres: Suecia, Bolivia, Argentina, Arabia Saudí, Turquía, EE. UU. O simplemente Valladolid, Madrid, Valencia... Lugares donde antiguos alumnos avilesinos de Doroteas siguen haciendo realidad aquel sueño de la pequeña habitación de una perdida parroquia italiana. ¡Soñad y os quedaréis cortos! Nombre propios, mujeres de Paula, que multiplican en sus alumnos por tantos lugares el “in simplicitate laboro”.
Quizá de nuevo por esa pequeña ventana, una vez más asomada Paula, ya no es la lámpara tintineante la que luce, sino la mirada limpia e ilusionada de cada alumno y exalumno, con una historia personal recorrida con esfuerzo y empeño, alegrías y sinsabores, pero una vida que a ella no le resulta indiferente... Volvíamos a estar en casa. Por eso Paula, asomada, no dejaría de chivarse al buen Jesús para decirle de nuevo con unos ojos de madre empañados de una alegría teñida de emoción: “¡Ellos de nuevo están aquí!”
Alfonso López Menéndez
Canónigo del Real Sitio de Covadonga.
Párroco de San Nicolás de Bari